lunes, 16 de mayo de 2016

La suerte de ser mujer

La suerte de ser mujer © David Gómez Salas
Soconusco Anthology
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Julieta fue hija de Gina una italiana que se mudó a vivir al Soconusco, en los años en que sucedió la segunda guerra Mundial.  Julieta se casó con un "bolo" costeño de nombre José Manuel, que todo mundo le decía,  Chema. En la costa de Chiapas se le dice bolo al borracho, ebrio o beodo.
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Chema bebía alcohol de tiempo completo por lo que cada peso que ganaba, lo gastaba en su vicio. Así que nunca tenía dinero para pagar la renta de una casa y mucho menos para comprarla. A Julieta no le quedó otro camino que mudarse vivir a casa de su madre Gina, ahí podía hacerlo sin pagar renta y además comer las frutas del patio trasero que se daban en carretadas.  En la esquina norte estaba la cantina, cuyos propietarios eran amigos de infancia y les vendían fiado.  
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Julieta y Chema, dijeron que estarían en casa de Gina solamente unos días, pero pasaron años y nunca salieron. Se mudaron con sus 6 hijos, 2 perros, 2 gatos, un loro, un mono araña,  3 autos, 30 macetas y todos sus muebles. La casa de Gina quedó hacinada y ocuparon casi todos los árboles para colgar sus hamacas. Por la forma de colgar ropa por todas partes, se parecían a los inmigrantes que llegaban a la costa a leer  la suerte y decían ser gitanos húngaros.
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En algunas fiestas familiares, Julieta tomaba unos tragos y afloraba su sentimentalismo, lloraba y decía que deseaba tener una casa propia, porque sus hijos estaban acostumbrados a vivir con lujos y comodidades. Eran tres hijos y tres hijas que Dios les había enviado, en forma alternada un hijo, una hija, un hijo, una hija; sucesivamente. Los hijos heredaron el gusto por el alcohol, el cigarro, el ocio, lenguaje vulgar y trabajar poco o nada. Se sumaban con facilidad a todas las fiestas.
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Bailaban en todos los desfiles y eventos del carnaval. En semana santa bailaban en la quema del judas, pedían en la tarde ¡Pan de judas! Algunos enmascarados otros estrafalariamente disfrazados de diablos o mujeres exóticas. Salían a las calles a pedir dinero para comprar cohetes y trago, era una costumbre chiapaneca que habían adoptado de todo corazón. Se pasaban la vida en una fiesta permanente.
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Había visto una película llamada la suerte de ser mujer (La fortuna di essere donna), con Sofía Loren que interpreta a una joven que deseaba ser actriz y va perdiendo su sueño porque los hombres que cruzan por su vida, en lugar de amarla y apoyarla; no lo hicieron, solo se aprovecharon de ella.  Julieta me recordaba esa cinta, no porque haya tenido amantes en su vida, no me refiero a eso. La analogía se me ocurría porque que su esposo e hijos, que se supone la amaban, únicamente la manipulaban para vivir a sus expensas, sin notar siquiera que desbarataron sus sueños, su vida. Pero qué más podía hacer Julieta, allá en trópico mal comunicado con el resto del mundo.
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La casa de Gina tenía en la parte posterior un pequeño patio con 2 árboles de guarumbo, 2 árboles de mango, 2 de nance, 2 de Tepezcohuite, 3 de guanábana, 2 de marañon, 3 de papausa, 2 paternas, 1 de chicozapote, 1 de caimito, 2 de limón, varias plantas de plátano, chile y cerca de un centenar de ornato. Todas estas plantas fueron padecieron las consecuencias de la invasión que sufrió su casa por parte de Julieta y su familia.
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El viento movía suavemente las ramas y hojas de los árboles de mango, tepezcohuite, paterna y demás. Parecía que estos árboles acostumbrados a curar a las personas de enfermedades como  hipertensión, diabetes, diarrea y otras, así como las quemaduras y cortadas; también deseaban sanar a la familia de Julieta, entregada casi de tiempo completo al festejo,  el trago y la jactancia.
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Las compasivas miradas de las hojas de los árboles fueron ignoradas, como fueron ignoradas las luces enviadas por la luna y las estrellas, que se preocupaban por ellos. La familia de Julieta no tenía tiempo para sentir el amor de los árboles y el cielo. Como alguna vez dijo el poeta Quintanarroense Domingo Argüelles: habían aprendido de las rocas, su insensibilidad.
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Quizás aprendieron del poeta Rubén Darío, que en su poema "Lo fatal" dice: Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque ésa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo; ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
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Así recuerdo esta historia sobre mi paisana Julieta, chiapaneca descendiente de italiana. Cuya remembranza ha quedado escrita en mis relatos sobre mi Soconusco. Miles de historias que sucedieron en esa tierra de inmigrantes. Tierra pródiga donde se aprende a percibir la ternura de los árboles, la música de sus hojas con el viento y los procesos incansables que suceden en el interior de sus tallos, hermosas esculturas.
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Paraíso inundado con ternura día y noche. Territorio  donde besa y enamora el agua, el aire, las lluvias y tormentas. Sitio para vivir inmerso en sus ríos y cascadas. Para amar sus exóticas selvas, frutos y flores; y volar como sus aves de múltiples colores. Para sentir la intensidad del mar abierto y turbulento, el sol vivo y calor húmedo en todo momento. Para reflexionar escuchando el croar de las ranas y el zumbido de las chicharras. Y también para construir sueños o simplemente para subsistir gracias a la bondad de su naturaleza.
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Julieta tuvo grandes ilusiones sobre su porvenir, confiaba en lo pródigo que es el Soconusco, pero ni la fuerza del trópico pudo vencer al alcohol, a solo media cuadra de su hogar.

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